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Martes 24 de Septiembre de 2013
Martes 24 de Septiembre de 2013
En
el mundo de los negocios el riesgo está en no arriesgarse. Y, ¿cuál es
el primer paso para aventurarse hacia lo desconocido? La respuesta
resumida sería cambiando el chip, abriendo la mente, replanteando
totalmente la manera en que se hacen las cosas hoy en día y, en
definitiva, moviendo a las organizaciones hacia una nueva forma de
pensar: la de un diseñador. Y, ¿por qué? Porque su estructura mental
para abordar los problemas más complejos les está aportando un gran
valor a empresas de diferentes segmentos.
«Si no estuvieran ocurriendo tantos cambios, no necesitaríamos encontrar
nuevas formas de pensar», dice Alan Colmenares, conferencista, experto
en innovación digital, bloguero de la página web Tropical Gringo, escritor deVenture beat y quien lleva casi cuatro años aplicando el design thinking en
todo lo que hace, una disciplina que le apunta básicamente a trasladar
la visión del diseñador, adquirida desde la academia, a cada proyecto
empresarial.
Plan mental
Hablar de design thinking podría parecer una redundancia. Design en su etimología significa «plan mental». El thinking se desarrolla en la mente. Ambos son parte de lo mismo.
Algunos puristas de las palabras y los matices podrían
apuntar que no necesariamente un plan mental va acompañado de un
pensamiento. Tan discutible como certero. El «diseño pensado» es una
suma de pensamientos para garantizar el mejor resultado posible. El
diseño no es, como muchos creen erróneamente, una decoración, sino el
proceso de búsqueda y solución a un problema.
Ken Cato, uno de los más grandes y reconocidos diseñadores
contemporáneos, indicó allá por el año 2000 que para evitar el efecto
redundancia el design thinking podría transformarse en Design by Thinking.
Este planteo se basa en las ideas, el pensamiento lateral, la
utilización del cerebro como la máquina más sofisticada (y veloz) que
existe. Fundamentalmente, en la idea de que la filosofía de un buen
diseño necesita comprender el problema, observar e identificar las
oportunidades e interpretar lo que parece obvio desde una perspectiva
diferente.
El design thinking no es ninguna novedad. Lo
nuevo es la necesidad imperiosa de recuperarlo. Las marcas se han dejado
llevar por la ola digital, sin tiempo para pensar, reflexionar y
planear. Vivimos en una época donde pensar no está de moda. Son tiempos
demasiado veloces, que premian lo efímero. Las neuronas se relegan a un
segundo o tercer plano.
Tras pensar, materializar las ideas, hacer visible lo invisible, con método, es el gran desafío.
Mi marca es inimitable
En un entorno tan sobrecargado de mensajes familiares,
«único» es una palabra difícilmente aplicable. En el momento en que cada
marca y cada persona son únicas, el factor diferencial es ser
inimitable, inalcanzable, el mejor. Los mensajes corporativos son en
general muy parecidos. Para ser realmente distinto, la historia de una
marca se debe contar desde una perspectiva diferente. En esta era
digital se debe sorprender para llamar la atención, para destacar y para
conectar.
Entre corporaciones, instituciones, gobiernos, negocios y
productos, la búsqueda de una identidad poderosa se ha vuelto uno de los
factores más importantes para lograr una presencia relevante en el
mercado y, por ende, alcanzar el éxito.
Los mercados, más globalizados y conectados que nunca en
la historia de la humanidad, reciben cada vez más información que
demanda nuestra atención. Atención que, como consumidores o audiencias,
cada día repartimos más, entre diferentes impactos y estímulos.
En esta realidad, las empresas, productos, servicios,
ciudades y medios pelean por un espacio relevante en el mercado. Sin
embargo, pocos consiguen captar nuestra atención.
Somos capaces de absorber simultáneamente muchos mensajes
audiovisuales, incluso olfativos o a través del tacto, y en contadas
ocasiones descubrimos quién está tratando de hablarnos.
Nuestro tiempo de ocio es cada vez más escaso y valioso.
Seguimos siendo ricos en información y pobres en tiempo. Invertimos
cientos de horas al mes en ver canales de televisión o internet, y
cambiamos rápido si la programación o el sitio web que estamos viendo no
es lo suficientemente interesante.
Hay una gran diferencia entre lo que las marcas dicen y lo
que las audiencias oyen. Un buen diseño debe aportar claridad y
coherencia al mensaje. En palabras de Edgar Degas, «Diseño no es lo que
ves, sino lo que debes hacer que otras personas vean».
Un mercado global
En la era de internet, las audiencias tienen mucho para
elegir a un clic de distancia. Los negocios consisten en tratar de
buscar la creatividad y la innovación, en intentar hacer distinto eso
que se viene haciendo en forma tan parecida.
Si todos los productos fueran iguales, la diferencia
estaría sólo en el precio y el público compraría el más económico.
Internet les permite a muchas compañías vender más barato y ofrecer
precios atractivos. Por eso, quienes quieran sobrevivir con tiendas
físicas deben empezar a innovar y a comunicar una historia.
No debería sorprendernos que la mayoría de los mensajes
que recibimos y retenemos sea visual. Nuestro cerebro reconoce las
marcas mucho antes de leerlas, de ahí la necesidad de un diseño
diferente, reconocible, pensado. Así mismo, es la comunicación visual la
que nos permite cruzar las barreras internacionales del idioma,
dándonos acceso a un mercado global.
Más allá de los medios tradicionales, las compañías
internacionales tienen numerosos componentes visuales que reflejan las
actitudes y personalidades de la empresa y de sus productos. La
papelería, la documentación corporativa, los reportes anuales, el packaging de productos, el merchandising,
la publicidad, el transporte, las oficinas, las fábricas, las tiendas,
los uniformes, los sitios web, los perfiles en redes sociales, los
blogs, todos tienen un papel que desempeñar.
Pese a que muchos de estos elementos detallados no se
consideran herramientas de comunicación de marca, millones de dólares se
invierten en ellos cada año.
La marca debe interiorizar la necesidad de que los
mensajes sean consistentes y coherentes, que puedan cambiar los soportes
o los canales, pero la esencia debe ser la misma.
Hasta fines del siglo pasado, los programas de identidad
más tradicionales que los diseñadores desarrollaban para las empresas
sólo satisfacían una pequeña parte de la ecuación, en tanto que el logo
ha sido la piedra angular de esos programas que históricamente han
actuado como una huella o un identificador para la compañía,
organización o producto.
En el futuro, sólo podrán triunfar las marcas cuyo trabajo
esté guiado por ideas y cuya visión sea más amplia que la del lenguaje
visual, es decir, aquellas que conciban el diseño como un plan mental,
como un proceso que implique el pensamiento, las ideas, la búsqueda de
soluciones.
El día en que los cerebros dejen de googlear y
empiecen a formular nuevas preguntas para encontrar nuevas soluciones,
la mayoría de las marcas volverá a avanzar sin fronteras. Volver a poner
de moda el acto de pensar sería un gran primer paso. Tan simple, tan
complicado.
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